Peripecias de un apicultor novato. Cosecha milagrosa

Peripecias de un apicultor novato. Episodio duodécimo.

“Una cosecha milagrosa”.

Sin apenas darme cuenta, mi colmenar había ido aumentando hasta aproximarse a las setenta colmenas, lo que, naturalmente, exigía al límite mi capacidad de dedicación, sobre todo, teniendo en cuenta el limitado tiempo que me permitía mi trabajo profesional. Sin embargo, mientras pudiera resistir, no estaba dispuesto a renunciar a mi proyecto. Sería como recortarle las alas a un pájaro que hubieras criado tú desde chiquito.

Para entonces, aquel primer extractor de cinc con la abeja dorada en un lateral había terminado totalmente desvencijado, el pobre. No estaba diseñado para tantas exigencias. Así que, aprovechando (y mal que insista en ello) mi condición de “manitas”, hacía algunos años que había construido uno de seis panales, mucho más estable y capaz de proporcionar mayor rendimiento. Paralelamente, también había tenido que ir aumentando poco a poco la capacidad de los depósitos de maduración, pues, salvo algunas temporadas realmente malas, las cosechas de miel parecían jugar a competencia con mis previsiones.

Como muestra, un botón. Recuerdo que aquel verano teníamos programadas las vacaciones al Grove para la segunda quincena de agosto. En previsión llevé a cabo la cata hacia últimos de julio. A medida que iba sacando los paneles de las alzas, me parecía que pesaban más de lo normal. No me equivocaba, porque, inmediatamente, me sentí desbordado y pensé en el milagro de la multiplicación de los panes. Terminé llenando cuatro recipientes de 200 l., lo que consideré una cosecha magnífica, teniendo en cuenta que, como ya he referido en otra ocasión, nuestra zona no se puede considerar altamente melífera. Antes de marcharnos a Galicia, volví a colocar las alzas en las colmenas, con el fin de que, al regreso en septiembre, las abejas hubieran limpiado los panales para su mejor almacenamiento en invierno.

Mal me imaginaba yo lo que me aguardaba al regreso de vacaciones. Tras unos días de reposo, allá por el día doce o trece de septiembre, tomé mi R-6, retiré los asientos de atrás para ampliar espacio, y, acto seguido, me subí al colmenar con la idea de recuperar las alzas que suponía vacías y limpias. Me esperaba una gran sorpresa. Nada más destapar la primera colmena, ya observé algo extraño. En la parte superior de los panales amarilleaba la cera nueva, lo que me hacía suponer que, por alguna extraña razón, las abejas habían continuado almacenando miel. “¡Que contrariedad!”, pensé. Abrí otra, y sucedía lo mismo. Tras observar las cabeceras de distintas colmenas, pude comprobar que mis obreras, las hacendosas empleadas de mi empresa, no habían dejado de trabajar un solo instante, en tanto que yo y toda mi familia nos habíamos estado solazando en las playas de la Lanzada y de La Toja.

Conicas de un apicultor novato. Alzas repletas de miel

Cuando me sucedía algo así, sentía una gran satisfacción, pero luego, en contra de lo que cabría esperar, cambiaba radicalmente. Al ver la gran cantidad de miel almacenada, comenzaba a sentir aquel agobio que solía invadirme ante la incertidumbre de no saber cómo deshacerme de ella. Para colmo, cuando logré hacer aquella segunda cata a mediados de septiembre, todavía salieron otros 400 kilos. No sabía en donde meterla y tuve que improvisar numerosos recipientes de todo tipo.

No veía salida a tanta miel y os aseguro que me sentí sobrepasado. No sabía qué hacer. Pero sucedió que, comentando lo sucedido entre la familia, alguien me sugirió inesperadamente el nombre de una posible compradora. Otro nuevo milagro. A partir de entonces se iba a hacer cargo prácticamente de la totalidad de mis futuras cosechas. No os imagináis qué peso me quitó de encima. Os hablaré de de ella en el próximo episodio. Vale la pena.

José Núñez López, Noviembre de 2.014

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  1. […] partir de entonces, jamás tuve problemas para deshacerme de la miel de mis cosechas. Al contrario, nada más que llegaba el mes de agosto, la tía conce ya me estaba reclamando la […]

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