Recuerdos de olor a miel. Una abeja enfadada

Una abeja ¿a qué velocidad puede volar?. Consultando bibliografía, leo que una abeja obrera puede volar a entre unos 24 y unos 40km/h, dependiendo de cual sea la dirección del viento. Bastante deprisa, hubiera dicho simplemente yo, sin haber dispuesto de esa información. Y es que aún recuerdo que con unos doce años, y siendo un chaval bastante ágil y rápido, a mí me costaba una buena carrera deshacerme de mi perseguidora cuando, tras haber abierto mi padre las colmenas, alguna abeja malhumorada se empeñaba en perseguirme para picarme o, simplemente, alejarme de su colmena. ¡ Y qué insistencia la suya!.

Picadura de abeja

Debo decir, no obstante, que eran ocasiones poco habituales; a pesar de estar el colmenar a escasos cincuenta metros de la casa de «La Ladera», la presencia del mismo solo era perceptible si uno se acercaba a él lo suficiente como para que el zumbido procedente de las veinte o treinta colmenas que normalmente en él había se hiciera audible. De hecho, a mí me gustaba acercarme a él y arrodillarme a observar el incesante trajín de abejas que, sobre todo en primavera y verano, animaba las piqueras, y descubrir a algunas portando amarillas bolitas de polen, signo inequívoco de que dentro había crías que alimentar y que la colmena estaba viva.

Pero cuando mi padre «hurgaba» en ellas, especialmente si era verano y ya quedaba poca flor en el campo, o si había sacado miel, la cosa cambiaba. Entonces, era mejor no acercarse al colmenar, so pena de recibir algún que otro picotazo.

Recuerdo uno en particular, que finalmente tuvo para mí un sorprendentemente agradable final…

Normalmente, cuando una abeja se pone agresiva, suele dirigir su ataque hacia zonas oscuras,  en particular al pelo, donde suele acabar enredada, cosa bastante desagradable. Y así hizo una enfurecida abeja un día en que, tras haber estado mi padre trabajando en las colmenas, yo tuve la imprudencia de acercarme demasiado a ellas. En mi afán por evitar la picadura, recuerdo que manoteé sobre mi cabeza, con tan mala fortuna que en uno de esos movimientos, intentando protegerme los ojos, dejé a la abeja encerrada entre mi mano y un ojo. La abeja, me picó en el párpado. Y ahí quedó la cosa… hasta que a la mañana siguiente, lunes, mi madre me levantó para ir al colegio. Al intentar abrir los ojos, solo pude abrir uno; el otro, aquel en el que me había picado la abeja, parecía una pelota de ping-pong morada.

¡Cómo iba yo ir al colegio con aquel aspecto!. Lloré y lloré hasta que, cosa rara en mi madre, pues para eso era dura de pelar, conseguí convencerla para que me dejase quedarme con ella.

¡Vano sacrificio el de aquella abnegada abeja!. Al final, casi acabé agradeciendo su picotazo, pues gracias a él pasé la mañana de compras con mi madre, y acabé volviendo a casa con unas cajas de soldaditos de juguete.

No obstante, la experiencia sí que me hizo ser más precavido a partir de entonces, y esforzarme por interpretar y respetar el estado de ánimo de las que tras el correr de los años, acabarían siendo compañeras de trabajo.

Nacho Morando, Noviembre de 2014

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