Peripecias de un apicultor novato. Clienta inesperada.

Peripecias de un apicultor novato. Episodio décimo tercero.

«Una clienta inesperada.”

El año de la gran cosecha fue tal vez el único entre otros buenos y menos buenos que le sucederían después. Cuando comenté con mis familias la gran cantidad de miel de aquel año y la zozobra que me invadía ante la incertidumbre de poder darle salida, alguien me comentó como quien no quiere la cosa:

-“¿Por qué no hablas con tu tía Conce?”

Conce es la contracción familiar de Concepción, y Concepción era una de las hermanas de mi padre, al tiempo que mi madrina. Era una persona siempre dispuesta a la generosidad. Después de casarse, se había establecido en la población lucense de Sarria. Su marido era un gran emprendedor, y, tras comenzar abriendo un bar en el lugar menos imaginable de la villa con el que tuvo gran éxito, terminó montando una tienda de tricotar en la que confeccionaba todo tipo de prendas de punto. Proporcionaba trabajo hasta a tres o cuatro jóvenes y llegó a adquirir tal fama, que no daba abasto a confeccionar jerséis y chaquetas a medida para los hombres y mujeres de los pueblos y aldeas de la contorna.

Pero ¿qué tiene que ver mi tía Conce y los jerséis de punto con la miel? Os parecerá extraño, pero con cada jersey que salía de aquella tienda, marchaba también parte de las cosechas de mis colmenas en todo tipo de tarros, garrafas o cualquier otro recipiente. Cada cliente que venía a tomarse las medidas, dejaba ya sus tarros o sus garrafas para que se las llenaran de miel. En las estanterías de aquella trastienda, se mezclaban las cajas de las hilaturas con la más increíble diversidad de cacharros. Después de tanto tiempo, todavía no he llegado a saber si las gentes compraban la miel por los jerséis o encargaban los jerséis por saborear la miel de mis abejas.

A partir de entonces, jamás tuve problemas para deshacerme de la miel de mis cosechas. Al contrario, nada más que llegaba el mes de agosto, la tía conce ya me estaba reclamando la dorada mercancía, de manera que, cuando no era facturada por ff. cc., me encargaba yo personalmente de transportarla en dos o tres viajes con mi inseparable R-6. Si he de ser sincero, era esto lo que realmente me apetecía.

Es cierto que se trataba de un viaje de 115 kms., y, a primera vista, podría parecer un tanto pesado a lo largo de tortuosas carreterillas. Pero para mí, aquellas rutas por las primitivas comarcales N-536 y 546, aunque harto dificultosas, me resultaban sumamente atractivas, atravesando pequeños pueblos y aldeas o intrincados vericuetos entre pinares y praderías. Aquellos viajes estaban llenos de belleza y encanto, y, mientras avanzaba con mi dulcísimo cargamento, me dejaba embriagar por la rústica belleza del paisaje gallego. Mentiría si no dijera que disfrutaba tanto transitando por aquellos pintorescos parajes, como con el beneficio que podían reportarme los cientos de kilos de miel que transportaba en mi automóvil.

apicultor

… atravesando pequeños pueblos y aldeas o intrincados vericuetos entre pinares y praderías …

Años después, se construyó la carretera N-120 y el viaje resultaba mucho más cómodo y tampoco carecía de un bello atractivo. Aquellos viaductos cruzando y volviendo a cruzar, el río Sil, el Lor, el ferrocarril, de nuevo el ferrocarril, el Lor y el Sil, como si el ingeniero que los había proyectado se hubiera entretenido trenzando un magnífico tirabuzón de hormigón, agua y acero.

 De estas y más cosas tuvo la culpa mi clienta fiel… Ah, y mis abejas.

José Núñez López, diciembre de 2.014

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