Peripecias de un apicultor novato. Tiempo de enjambre

Ante todo, debo reconocer que yo nunca fui un buen comerciante y, a medida que crecían las cosechas de miel, me agobiaba verla almacenada en los decantadores. Así que, en cuanto efectuaba la extracción, trataba de deshacerme rápidamente de ella, de manera que, sobre todo al principio, siempre venía a caer en manos de compradores aprovechados que me la pagaban a precios irrisorios.

No obstante, cuando cogía en mis manos aquellos dineros, me parecían una auténtica fortuna que podía añadir a mi sueldo en la empresa en que trabajaba. Pero,  más que el rendimiento relativamente lucrativo, me satisfacía pensar que aquella era una hermosa ocupación que absorbía mi tiempo libre manteniéndome en contacto con la naturaleza.

 Tiempo de enjambre

Es cierto que la vida del apicultor resulta altamente laboriosa, sobre todo desde el inicio de la primavera hasta la recolección de la miel, por más que no deja de tener momentos maravillosos. Para mí el tiempo de la enjambrazón era una época fascinante, al observar aquella febril actividad de los enjambres, acarreando polen para el mantenimiento de la cría. Nada más acercarte a las colmenas, se respiraba un perfume embriagador, que no era más que la esencia concentrada de todas las flores del campo. Recuerdo que, nada más salir de mi trabajo habitual y sin apenas detenerme a descansar, marchaba al colmenar para observar si había salido algún enjambre y poder así recuperarlo antes de que levantara su segundo vuelo. Algunas veces, llegaba a localizar hasta tres o cuatro  Al principio, mi obsesión no era otra que poder incrementar el número de mis colmenas, por eso me entusiasmaba cuando encontraba hasta dos o tres. Resultaba hermoso descubrir entre la maleza aquella especie de racimos pardos, colgados de la rama de un árbol o de un arbusto cualquiera. Nunca dejaban de sorprenderme y me quedaba contemplando durante un tiempo aquel montón de abejas, tan agresivas en las colmenas y tan dóciles ahora, que hasta me permitían acariciarlas tranquilamente, entregadas como estaban a la custodia de su reina para conducirla a una nueva mansión. Os aseguro que es un espectáculo sobrecogedor, que sólo puede comprenderlo quien alguna vez ha tenido ocasión de presenciarlo.

Enjambre en una higuera

Enjambre en una higuera

Los alrededores de los colmenares suelen ser espacios rodeados de vegetación. El mío no era diferente. Siempre procuré que mis hijas estuvieran en contacto con estos misterios de la naturaleza. Recuerdo que, ya desde bien pequeñitas, los domingos por la tarde solíamos hacer nuestros paseos por las cercanías del colmenar, empujados por una especie de atracción que no queríamos evitar. Entonces sacaba el panal en que se hallaba la reina y, acercándome a donde ellas se encontraban, se la mostraba. Les hacía observar su gran tamaño, sus movimientos característicos y el cortejo de doncellas que la acompañaban por cualquier parte que se moviera. Me gustaba ver sus caras llenas de asombro, arrimándose con cierto resquemor a las entretenidas damiselas… ¡Recuerdos!

Perdonad que os haya importunado con estas reflexiones sobre mis experiencias personales, pero sólo pretendía revelaros algunas de las vivencias que ocuparon una gran parte de mi vida. El apicultor no es tan sólo un recolector de miel. Ser apicultor son éstas y otras muchas cosas que te hacen feliz sin que apenas te des cuenta.

Pero mañana debo hablaros de otras realidades.

José Núñez López, julio 2.014

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