Crónica del huerto escolar: 4ª semana

Nueva crónica sobre los trabajos semanales realizados en el huerto escolar del Aula Apícola.

5 de febrero 2014.

«Después del día tan lluvioso de ayer, la mañana de hoy había amanecido propicia para las labores del huerto. El sol brillaba en lo alto y era como si nos gritara desde una ventana abierta de pronto: “Venga, venga, no seáis perezosos y aprovechad el día, que de estos vais a tener pocos…”

Pero todavía nos aguardaba otra sorpresa. Grata sorpresa, desde luego. Nada más abrir el portón de la finca, dos gazapillos peludos y vivarachos correteaban sobre la hierba de los alrededores del huerto. Nuestra coneja madre, que había parido hace unos días, le permitía ya a su prole correr alguna aventurilla fuera del corral. “¡Ay, si los pudieran ver los niños…!” gritamos emocionados. Pero, claro, con nuestros gritos huyeron despavoridos.

Gazapos en el hurto del Aula Apícola

Debíamos dejar de un lado las emociones y continuar las labores de nuestro huerto. Aunque, a decir verdad, también estas pequeñas sorpresas forman parte de nuestras tareas hortícolas. Sin embargo, había que tener en cuenta las advertencias del sol. Así que nos pusimos manos a la obra y, tras remover de nuevo la tierra que teníamos  destinada para los ajos en una parte del bancal nº 1, nos pusimos a sementarlos, esperando que se cumpla aquello de: “Por marzo tres hojitas tiene el ajo”.

Un tercio, aproximadamente, del bancal nº 2 lo utilizamos para sembrar las habas o “fabas”, como dice el envase. Sí, ésas que se suelen llamar “habas gallegas”, no sé por qué razón, pero que son muy ricas en hierro y otros minerales. A cuenta de la fotografía de las vainas de estas legumbres que figura en el envase, se nos ocurre que “Las habas son madres multíparas, pero cuidan a sus hijos en cunas separadas”.

Intentamos colocarle el plástico a nuestro invernadero, pero se levantó un viento tan revoltoso, que nos hizo imposible ajustarlo a los soportes que ya teníamos colocados. ¿Quién lo iba a decir, después de una mañana tan radiante? Sin embargo, no perdimos el tiempo. Como algunos durmientes de los bancales se hallaban un tanto despanzurrados por el peso de la tierra, dedicamos el tiempo a enderezarlos y alinearlos de nuevo. Era una labor necesaria.

Cuando bajábamos, una bandada de buitres revoloteaba sobre los Picazos. Pero el viento era tan fuerte, que daba la sensación de que les impedía tomar tierra. Bueno, a no ser que estuvieran haciendo parapente…

Os esperamos la próxima semana.»

José Núñez López

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