Peripecias de un apicultor novato. El final de un sueño.

Peripecias de un apicultor novato: “El final de un sueño”.

La producción siguió marchando para Sarria, pues mi clienta continuó siéndome fiel y yo su abastecedor responsable.

Sin embargo, cada vez me resultaba más osado cruzar aquel paso a nivel. Me parecía que, cada vez que lo hacía, apostaba a cara o cruz mi vida. No podía quitarme de la cabeza la imagen de aquel camionero que, muchos años antes, se lo había llevado por delante el tren haciéndolo papilla. Así que tomé una de las decisiones de mi vida. Después de quince años en aquel nuevo emplazamiento, decidí deshacerme de mis pupilas. Dije adiós a tiempos de enjambres, trasiegos, colmenas rascacielos, pillajes, fabulosas cosechas, viajes por las riberas del Lor… Os aseguro que necesité valor.

memorias del apicultor novato 16

El camino hacia el paso a nivel sin barreras, en la carretera de Quereño a Sobredo.

Lo hice vendiendo a precio alzado todo el colmenar y los utensilios propios del oficio a dos hermanos jóvenes y entusiastas de un pueblo vecino. No quise saber más ni de ellos ni del paradero de mis colmenas. Les perdí la pista y no sé en qué han podido terminar, o si realmente terminaron en algo. “Si quieres que algo se convierta en un sueño, olvídalo”. Recuerdo que, cuando vinieron con su camioneta y fuimos cargando las colmenas una tras otra, no pude evitar emocionarme. Fue como si llevaran a miembros de mi familia a un territorio desconocido, en el que no sabía lo que les esperaba. Aún más, fue como si me despojaran de algo muy querido y entrañable por mi incapacidad para conservarlo. Cuando la camioneta abandonó, casi de noche, el colmenar y me correspondió contemplarlo totalmente vacío, me pareció un territorio devastado y en ruinas.

Eran muchos los recuerdos vividos y se los habían llevado de un día para otro. Todavía seguí durante bastante tiempo acudiendo a aquel lugar de vez en cuando. Tal vez alguien considere esto que digo un tanto ridículo o “sentimentaloide”. Pero esto sólo podrá comprenderlo quien lo haya vivido. La realidad es que, definitivamente, puse punto y final a aquel largo capítulo de mi vida, azaroso, entrañable y, si queréis, también rentable… Aunque, os aseguro, que esto último nunca fue el motivo, sino la consecuencia.

Antes de dar por finalizados estos episodios de mi vida de apicultor, quiero hacer aquí una referencia inevitable al destino. Jamás hubiera podido imaginarme que mis hijos Nacho y Clara habrían de ser los continuadores de este oficio maravilloso, a través de su “Aula Apícola Sierra de Hoyo”. Supongo que el hecho de que, tanto el padre de Nacho como yo, el de Clara, hubiéramos sido apicultores, hayan podido influir en tal decisión. Sería cuestión de analizarlo. Pero existen venenos que actúan muy lentamente o son de efecto retardado. Por parte de Nacho tal vez él mejor que nadie pueda detectar el origen de tal envenenamiento. Con referencia a mi hija Clara, quién sabe si el origen de su contaminación haya tenido lugar en aquel veneno que, hace más de sesenta años, me inoculó mi madre, con aquel enjambre colgado de la rama de una higuera.

De cualquier manera, bendita afición. Desde aquí, si en algo he podido influir en vuestra afición, me pregunto: ¿qué más puede desear el regato que camina hacia el mar, que ver crecer las flores en donde su caudal roza las orillas? No todos los ríos dejan huella. Depende muchas veces de la velocidad con que circule el agua…

Os deseo toda la suerte del mundo, Clara y Nacho, en esta empresa fascinante que estáis llevando a cabo. Sólo os pido que busquéis en esta tarea el regocijo del espíritu y el contacto con la naturaleza. Lo demás se os dará por añadidura. No desistáis.

Un abrazo a los dos con todo mi afecto. Pepe.

Madrid, 3 de marzo del 2015

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