Peripecias del apicultor novato. El cerificador solar.

“Belisario y el cerificador solar”.

El cúmulo de cera de desopercular crecía en proporción a la cantidad de miel de cada cosecha. Anualmente, me visitaba un comprador ambulante, Belisario por más nombre, que pasaba con un burro recogiendo toda la cera que tuviera a la venta. El hombre me saludaba condescendiente como dándome a entender que me prestaba un gran servicio:

-“Hola, Pepe, ¿tienes algo por ahí de lo que quieras desprenderte?”

Y, a decir verdad, yo consideraba aquello un verdadero favor por liberarme de los restos pringosos de cera que, cuando no era así, terminaban siendo devorados por la polilla. De manera que me sentía compensado. Él debía entender mi liberación y me marcaba unos precios que, vistos desde aquí, resultarían irrisorios: 6 ó 7 pesetas el kilo, con lo que me ponía en las manos sesenta o setenta pesetas, que para mí, novato, suponían un añadido más al producto de mis colmenas.

En una ocasión recibí un catálogo de La Moderna Apicultura. En él me ofertaban el canje de cera pura por hojas laminadas. Me descubrió algo nuevo y muy interesante. Pero para ello necesitaba construir un cerificador solar, y en el libro de “La Abeja y la Colmena” de Langstroth encontré un modelo y ya no necesité nada más. Al cabo de una semana, ya había obtenido las primeras tabletas de cera pura tan amarilla y transparente como si fueran auténticas placas de ámbar. Me di cuenta inmediatamente de que cuanto más calentara el sol, más nítida resultaba… Cuando el pobre Belisario volvió al año siguiente y vio lo que él consideraba un invento mío, quedó totalmente fascinado. Palpó detenidamente con sus manos aquellas tabletas amarillas, abrió los ojos sorprendido y no pudo evitar un gesto de contrariedad. En aquel momento, sentí pena por aquel anciano contrariado. Poco sirvió que tratara de explicárselo.  Posiblemente acababa de descubrir entonces que también él estaba siendo la incauta víctima de un engaño. Dio media vuelta y no lo volví a ver nunca más.

Cerificador solar

Ilustración de «La abeja y la Colmena». L. L. Langstroth, 1943 (4ª edición)

cera

Últimas tabletas de cera fundidas por Pepe. Aún hoy, conservan su olor.

La primera partida que envié a La Moderna Apicultura fue la producción de tres años y creo recordar que fueron unos 45 kilos de láminas doradas y perfumadas, que, si he de decir la verdad, me costó bastante desprenderme de ellas. Más que un producto de marcado, parecían más bien una obra de artesanía. Al tiempo que el cerificador, había hecho una serie de bandejas de hojalata de diferentes formas y tamaños para recoger el goteo de la cera derretida, de manera que conseguía tabletas de gran diversidad. Creo que alguna debe de andar extraviada entre los artilugios que suele almacenar el recuerdo.

La Moderna Apicultura me notificó que era cera de gran calidad y, pasados unos veinte días, recibí facturadas por ff. cc. creo que unas cuatrocientas hojas de cera, dos rollos de alambre y unos quinientos espaciadores. Sólo entonces reconocí el verdadero valor de aquellos restos pringosos que me compraba a precios de vergüenza el pícaro… bueno, el incauto Belisario. Este intercambio con Madrid todavía se repitió varias veces más.

                                                              José Núñez López, diciembre de 2.014

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