Relatos sobre abejas y polinización (III)

Continuamos con los relatos de José Núñez sobre el tema de las abejas y la polinización. Este, es el tercero y último.

Abejas y polinización: “El agricultor avaro”

El agricultor del huerto de los cerezos, que había permitido al sabio de la montaña que instalara una colmena en su huerto, obtenía cada verano una abundante cosecha de cerezas, al tiempo que, en la época de la cata de las colmenas, recibía puntualmente su cuenco de miel, como le había prometido el anciano sabio. Mas, hete aquí que el vecino colindante, que tenía un huerto de manzanos, al ver las magníficas cosechas que él recolectaba de sus cerezos, una mañana se acercó a él y le dijo no sin cierto tono de envidia: 

-Oye, buen amigo, cada junio veo tus cerezos colmados de riquísimas cerezas, en tanto que mis manzanos escasamente me proporcionan fruto para mi propio consumo. ¿Querrías decirme de qué manera podría tener yo tanta suerte?

-No de otra, amigo mío, que permitiendo que el sabio de la montaña instale una colmena en tu huerto. Las abejas harán que tus cosechas se multipliquen.

El dueño de los manzanos se alejó cabizbajo y, como se dice vulgarmente, “se ató el anillo al dedo”. Ni corto ni perezoso, se dirigió a la cabaña del sabio de la montaña y le expuso su deseo:

 abejas y polinización-Oye, sabio anciano, he visto que has instalado una colmena en el huerto de cerezos de mi vecino, a causa de la cual obtiene abundantes cosechas. Yo te ruego que tengas a bien hacer lo mismo en mi huerto de manzanos.

-No tengo inconveniente –le contestó el sabio de la montaña-. Antes bien, ella proporcionará mayores beneficios para ambos.

Y procedió a hacer lo que agricultor le pedía. Cuando el dueño de los cerezos vio la colmena en el huerto de su colindante, no se le ocurrió mejor idea que presentar una protesta ante el anciano sabio de la montaña. Y, ni corto ni perezoso, allá se fue.

-He observado –le dijo- que has instalado otra colmena en la finca de manzanos de mi colindante. De esta manera, las abejas de su colmena vienen a recolectar en las flores de mis cerezos la miel que, luego, toman él y su familia.

-La avaricia te ciega y no te deja ver con claridad –replicó el anciano sabio.

-Es que yo creo tener prioridad –replicó el agricultor un tanto contrariado.

-Y ¿cómo sabes que son sus abejas las que liban el néctar de las flores de tus cerezos? ¿Acaso has logrado distinguir tus abejas de las de tu vecino?

-¡Oh señor, qué cosas me pedís! Eso resultaría totalmente imposible.

-Pues, amigo mío, si todavía no has llegado a reconocer tus propias abejas, ¿cómo crees estar tan seguro de distinguir las de tu vecino?

El agricultor avaro, desconcertado por no hallar respuesta, bajó humildemente la cabeza. Pero el anciano sabio de la montaña, poniendo su mano en el hombro del avaro agricultor, continuó:

 -¿Acaso no obtienes cada verano tu cosecha de cerezas y recibes puntualmente el cuenco de miel que te había prometido?

-Ciertamente, ninguna de las dos puedo negar, oh buen señor.

-En ese caso, si en un banquete hay tan abundantes manjares que tú solo no puedes consumir, ¿por qué no has de permitir que otros invitados puedan saciar su apetito?

El agricultor avaro aprendió la lección y nunca más volvió a presentar nuevas exigencias al sabio de la montaña.

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