Peripecias de un apicultor novato (III)

Episodio tercero. Construyendo colmenas.

Corría el año sesenta y uno, y para entonces llevaba un año casado. En la empresa en la que trabajaba, me iba bien y me consideraba afortunado. Lo primero que se me ocurrió fue hacerme con un gran colmenar… Ahora, a tiempo pasado, no dejo de preguntarme ¿a quién se le ocurre embarcarse en tamaña aventura con tan mínimos conocimientos sobre las abejas? Pero la juventud no admite titubeos.

Así que un buen día me fui a un almacén de maderas y, ni corto ni perezoso, adquirí el material suficiente para construir 50 colmenas modernas… Nada menos que cincuenta. No recuerdo muy bien, pero creo que aquella inversión me supuso unas 1.200 pesetas, es decir, aproximadamente el sueldo de un mes. A lo que había que añadir el coste de láminas de cera, espaciadores y alambre, que estaba pendiente de recibir de La Moderna Apicultura de Madrid. Aquello suponía una fortuna, teniendo en cuenta que un kilo de filetes venía a costar unas treinta pesetas y un litro de aceite cuatro. Sin embargo, yo me sentía feliz porque comenzaba a ser el propietario de un sueño.

Con el material en casa, tomé contacto con un carpintero del pueblo vecino, que aceptó cortarme las maderas después de su jornada normal de trabajo. Con las tablas y el modelo que había recibido de Madrid, me presenté en la carpintería y comenzamos la operación. Operación que nos supuso más de veinte días trabajando hasta las once o doce de la noche. Cuando pienso en aquella aserrería, todavía percibo el olor del aserrín y las virutas del pino recién cortado. Recuerdo que era el mes de diciembre y al lado del edificio se precipitaba un río de montaña, que empujaba hacia el taller un vapor frío que congelaba los huesos.

fabricando colmenas

Como podéis suponer, entonces todavía no teníamos tele y, cuando yo llegaba a casa bien entrada la noche, mi mujer se hallaba muerta de sueño y, cuando no, entretenida tejiendo alguna chaquetita o algún gorro para la niña que nos iba a nacer. Del transporte de las maderas hasta mi casa se hizo cargo el chofer de mi empresa en su Land Rover. Es como si estuviera sucediendo ahora mismo. Cuando mi joven esposa me vio llegar con aquel montón de maderitas, se echó las manos a la cabeza. Pero yo,  mientras las manipulaba tan pulidas y olorosas, me sentía como el encargado de una editorial ante un montón de libros recién salidos de la encuadernación.

No podía darle tregua al entusiasmo. En una casa deshabitada, propiedad de mi familia, monté un pequeño taller, en donde me dediqué a clavar y armar cuerpos, fondos, techos y cuadros. He de reconocer que soy un poco manitas. Creo recordar que a últimos de febrero ya tenía habilitadas unas 20 ó 25 colmenas completas. Pero, claro, ahora había que conseguir enjambres suficientes para ocuparlas. ¿Cómo lograrlos? En esto también el azar estuvo de mi parte.

Si creéis que os interesa, os lo cuento en el próximo episodio.

José Núñez López

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