El Ferburo

Cuando el otro día Pepe, a quien ya conocéis por otros escritos publicados en este blog, nos habló sobre el Ferburo, en seguida le dijimos: ¡no nos lo cuentes, escríbelo!, por supuesto con la idea de compartirlo con vosotros. Y aquí está lo que nos contó.

El Ferburo

El fin de semana pasado, hemos estado en Copenhague. Lo primero que hicimos aquella misma tarde (bueno, noche, pues a las cuatro ya anochece), fue visitar el mercadillo de “La Plaza del Puente Alto”. Debo decir que, a pesar del frío nórdico, la plaza estaba muy concurrida y gran número de puestos de todo tipo la flanqueaban a uno y otro lado. La persona que nos acompañaba, nuestra nieta Julia, quiso agasajarnos llevándonos a tomar lo que ellos llaman “un vino caliente”. En realidad, no es otra cosa que un vino o, más bien, un licor de bastante graduación cargado de diversas especias, que se sirve muy caliente y en pequeñas jarras de cerámica, acompañando los bocatas de salchichas. De ninguna manera podía faltar a la cortesía de la invitación, pero, mientras lo estaba tomando, no dejaba de pensar en nuestros Riojas o nuestros Ruedas o nuestros Albariños.

vino caliente con mielSin embargo, aquella jarra de “vino caliente” entre mis manos me trajo a la memoria algo que ya consideraba perdido en el olvido. Veréis. Cuando yo era niño (mirad si hace tiempo, pues voy cargando ya con los ochenta y tantos), la matanza del cerdo constituía una fiesta de familia totalmente artesanal. Naturalmente, tenía lugar en diciembre, pues las heladas o la nieve eran los frigoríficos naturales que conservaban los productos del cerdo. Pero una de las labores más indeseables era el hecho de lavar los intestinos del cerdo. Armadas de cubos y canastos, las gentes bajaban a los ríos y allí, a mano desnuda, procedían a tan ingrata faena, teniendo que meterlas una y otra vez en el agua que bajaba de los neveros. La operación podía durar bastante tiempo.

Entre tanto, las mujeres de la casa se encargaban de elaborar en la cocina el reconfortante “ferburo”, que, éste sí, consistía en auténtico vino de la bodega, bien caliente y mezclado con una buena dosis de miel. Cuando hombres y mujeres regresaban del río casi al anochecer, tiritando de frío y con las manos congeladas, allí los esperaba sobre la cocina el puchero del “ferburo” bien caliente, que, una vez acomodados en la mesa, se distribuía generosamente en cuencos de barro para entonar el cuerpo y recuperar calorías. Era una confortable recompensa al deber cumplido.

A los niños también se nos permitía mojar los labios en aquel almíbar caliente y dulzón, pero sin sobrepasarnos, no fuera a ser que termináramos cayendo el vicio deleitoso del alcohol. Pero estoy seguro de que los vecinos de Copenhague, avezados consumidores de su “vino caliente”, de buena gana lo sustituirían por aquel generoso “ferburo” contra el enfriamiento.

                                                                       José Núñez López.

                                                         Quereño, 10 de diciembre del 2016.

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