Relatos sobre abejas y polinización (I)

Hace ya unos años, le pedimos a Pepe, padre de Clara, a quien ya conocéis por sus relatos «Peripecias de un apicultor novato» y «Crónicas del Huerto Escolar» publicadas en nuestro blog, y autor de los libros «Herederas de la Memoria» y «Cuadernos del tiempo que no cuenta», que nos escribiese algunos relatos breves sobre el tema de las abejas y la polinización. Escribió tres relatos, que son los que en las próximas semanas compartiremos con vosotros.

Este, es el primero de sus relatos.

Abejas y polinización: «El agricultor necio»

abejas y polinizaciónEn una aldea no muy lejana de nuestro pueblo, vivía un agricultor, que tenía un hermoso huerto de cerezos por el que, no sin razón, era motivo de envidia en los alrededores. Su árboles, al llegar la primavera se cubrían totalmente de flores y él los mostraba orgulloso a sus convecinos como si se tratara de un precioso jardín. Y, cuando llegado el verano, veía sus árboles cargados de fruto en tal cantidad que las ramas se doblaban hacia el suelo, incapaces de sostener tan abundante carga. Ignorando el necio agricultor la causa de su buena suerte, la atribuía al favor los hados y a sus buenos augurios.

Sin embargo, un día, allá por mediados del verano, observó contrariado cómo las rojas cerezas habían sido picoteadas por algún insecto maligno, de manera que quedaban inservibles para su venta en el mercado. Vio también cómo las abejas enterraban su lengua para libar el jugo que segregaban las heridas abiertas en el hollejo. Supuso inmediatamente que eran ellas las causantes de sus daños, ignorando que las abejas lo único que hacen es libar en las roturas que producen los pájaros y las avispas.

Llevado de la ira e ignorando que las abejas son incapaces de perforar los hollejos de la fruta, llegó a la conclusión de que se trataba del enjambre que hacía algunos años se había aposentado en el tronco hueco de un viejo cerezo del rincón de su huerto. Ni corto ni perezoso, una noche, cuando se hallaban todas las abejas descansando dentro del agujero, no se le ocurrió otra idea que llenarlo de paja y prenderle fuego.

-Ahora –dijo para sí- ninguna de mis cerezas serán dañadas por esos malditos picafrutas…

Y llegó la primavera siguiente. Como en años anteriores, sus cerezos se cubrieron de flores como si realmente hubiera caído sobre ellos una fantástica nevada. El necio agricultor echó cuentas y dedujo que sus árboles serían tan pródigos en frutas como habían sido en flores. Pero las cosas no sucedieron como él había esperado. Antes bien, la cosecha se presentó tan escasa, que apenas tuvo cerezas para el propio consumo.

Había oído que, en la montaña de La Ladera, tenía su cabaña un anciano sabio, que cuidaba con gran acierto varias colmenas y un hermoso huerto. Se corría la voz de que era muy entendido en todas las ciencias de la agricultura. El necio agricultor, preso de desesperación y desconcierto, decidió acudir a pedir consejo al anciano sabio del que tanto había oído hablar. Cuando éste hubo escuchado sus lamentaciones, le dijo:

-Amigo mío, no otra cosa que tu ignorancia ha sido la causa de tu desgracia. Has quemado las abejas que vivían en el hueco del viejo cerezo y ahí empezó tu ruina. Eran ellas, precisamente, las que, revoloteando de flor en flor, polinizaban tus árboles, haciendo que tus cosechas se multiplicaran por ciento. En tu necedad has encontrado tu castigo.

Compungido abandonó la cabaña del anciano sabio, lamentando en su interior el mal que él mismo había provocado, al quemar las abejas que habitaban desde hacía muchos años la oquedad del viejo cerezo de su huerto.

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