Peripecias de un apicultor novato (VII).

Séptima entrega de las memorias de un veterano apicultor, en un pueblo de Galicia.

Las peripecias de un apicultor novato. Episodio séptimo.

Os voy a contar la anécdota de la que os hablé en el episodio anterior.  Llevaba apenas dos años con las colmenas instaladas en mi finca, pero algunos vecinos habían comenzado a quejarse, alegando demasiada proximidad a sus huertos y propiedades. Como os podéis imaginar, de nada servía que les hablara de polinizaciones. Un buen día se me presentó uno que, precisamente, era propietario también de un pequeño colmenar. Traía una parte de la cara hinchada como un bollo de pastelería recién salido del horno.

 -Oye, Pepe –me dijo en tono amenazante-, tienes que retirar de aquí las colmenas o vamos a terminar mal. Acaba de picarme una de tus abejas y mira cómo me ha puesto la cara…

-Hombre, me sorprende que siendo apicultor te quejes de las abejas –le repliqué-. Se queja el gallo de que le molestan las gallinas…

-Bueno, Pepe, no me jodas –dijo elevando el tono-, voy a ir al médico y, como me pase algo, vas a cargar con las consecuencias.

-Vete, vete –le contesté-, pero tendrás que demostrarle al médico que fue una de mis abejas la que te picó y no una de las tuyas…

Dio media vuelta y se fue rezongando, pero no volvió con la reclamación.

De todos modos, terminé trasladando las colmenas para otro lugar más distante del pueblo. Aún así, dejé pasar un tiempo para que no entendiera el tal individuo que lo hacía como consecuencia de su reclamación. Finalmente, encontré un buen asentamiento en la explanada de una antigua escombrera de tierra de una excavación, que para entonces estaba ya poblada de retamas y jaras. Mi R-6 me resultó imprescindible para el traslado. Era un lugar con muy buena orientación y el sol le daba a las colmenas desde el amanecer hasta las últimas horas de la tarde. Ahora podía dedicarme cómodamente a la multiplicación de mi colmenar, de manera que, con el paso del tiempo, llegué a tener allí más de sesenta colmenas.

Las peripecias de un apicultor novato. Episodio séptimo.

antigua escombrera … poblada de retamas y jaras

Pero de nuevo el azar parecía adelantarse a mis propósitos. Recién instalado en el nuevo lugar, coincidió que un vecino del pueblo ya mayor me comentó que tenía siete u ocho colmenas y quería deshacerse de ellas por no poder atenderlas. No lo dudé un instante y se las compré. Pero lo curioso fue que, con el lote de las colmenas, me ofrecía  el resto del material, entre el que había un pequeño extractor. Curiosamente, hasta entonces no lo había necesitado, porque lo único que había pretendido era multiplicar mi colmenar, pero seguramente que en el futuro me resultaría imprescindible.

Éste fue mi primer extractor. Estaba hecho de cinc y llevaba grabados en un lateral el nombre de La Moderna Apicultura con una enorme abeja dorada. Era  precioso. Lo instalé en la habitación de una vieja casa de mis padres y aquí tuvieron lugar realmente mis primeras cosechas de miel, que vendía fácilmente entre los propios compañeros de la empresa en donde trabajaba.

Esto sucedió durante algunos años, hasta que la producción comenzó a crecer.

José Núñez López, junio 2014

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