Peripecias de un apicultor novato (IV)

Cuarta entrega de las memorias de un veterano apicultor, en un pueblo de Galicia.

Las peripecias de un apicultor novato. Episodio cuarto.

Os había anticipado que en la adquisición de los enjambres también había tomado parte el azar. Escuchad de qué manera. En la empresa en donde trabajaba, llegué a conocer a un señor que pensaba trasladarse a Brasil y estaba intentando deshacerse de sus propiedades. Entre éstas, contaba con un colmenar de unas sesenta unidades del tipo fijista. Por entonces, llevaba el control del personal de la Obra y este señor era uno de los trabajadores. Creo recordar que alguien me había hablado de sus pretensiones y, sin dudarlo,  concerté con él la compra de dieciséis unidades.

Este señor, Aquilino era su nombre, residía en un pueblo de alta montaña, que se hallaba a más treinta kilómetros del mío, y el acceso al mismo había que hacerlo por caminos increíbles. El transporte de las colmenas resultó una auténtica odisea. La tarde anterior, viajar a caballo hasta el pueblo, enfundar cada una de las colmenas elegidas en sacos de arpillera, cenar en casa del señor, bajarlas en una carreta de bueyes hasta Pombriego, unos siete kilómetros, y, seguidamente, transportarlas por carretera hasta mi pueblo en una Motocarro, que se encargaría de depositadas en el lugar destinado para su asiento. Para entonces, ya había aprendido en  los libros que era conveniente dejarlas en reposo hasta el día siguiente para que se estabilizara el enjambre. Así que allí permanecieron dentro de los sacos durante toda la noche.

Colmenas en Pombriego

Colmenas fijistas típicas dela zona

El terreno era propiedad del propietario de la casa en que habitábamos mi mujer y yo. Daba al mediodía y se hallaba  protegido del norte por un bosque de pinos. Y, como no podía ser de otra manera, cerca de una charca creía una higuera frondosa que me recordaba la del primer enjambre que había localizado mi madre.

A primera hora de la mañana del día siguiente, subí al colmenar para retirar los sacos de arpillera y colocarles en las piqueras unos obstáculos, como mandaban los cánones. Me acompañaba mi esposa, muy ilusionada también con mi proyecto de  apicultor. Pero se daba la circunstancia de que ella se hallaba embarazada de ocho meses y lo que sucedió os lo podéis suponer. En mitad de la faena, alguna de las irritadas guardianas, colándose entre sus ropas, le dejó el regalo de su aguijón.

No le dimos demasiada importancia. Pero, no había pasado mucho tiempo, cuando se le presentó una reacción alérgica y, sin haber concluido el trabajo, tuvimos que acudir inmediatamente al médico, temiendo que pudiera sucederle cualquier cosa a ella y a la criatura que llevaba dentro… Para colmo, en el instante en que el Practicante comenzó a inyectarle un antialérgico, mi mujer se derrumbó en mis brazos. ¿Os podéis imaginar la escena…? Yo bien creí que aquello era el final.

Ya os contaré cómo salimos de aquélla. Porque salimos…

 José Núñez, 19/05/ 2014

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