Peripecias de un apicultor novato (V). Trasiego de colmenas.

Quinta entrega de las memorias de un veterano apicultor, en un pueblo de Galicia.

Las peripecias de un apicultor novato. Episodio quinto.

Afortunadamente, lo de mi mujer sólo quedó en un susto. Con el auxilio del ATS, fue recuperando el color y el calor, hasta recobrar el pleno conocimiento. Luego, el propio ATS reconoció que tal vez le había inyectado el alergeno demasiado de prisa. La verdad es que al cabo de un mes nació nuestra primera hija, pero puedo aseguraros que aquél fue el episodio más horrible de mi azarosa aventura de apicultor. No lo olvidaré jamás.

Con mi mujer recuperada del susto, recuerdo que, con la ayuda de un vecino, terminé de desenfundar las colmenas que todavía permanecían dentro de los sacos. Al lado del terreno, existía una rústica caseta de piedra, en la que el dueño guardaba algunos aperos de labranza. Como podéis imaginar, aunque leía y releía los libros que me iban llegando, carecía de los conocimientos que proporciona la propia experiencia. De manera que supuse que aquella caseta desvencijada y llena de rendijas podría ser el lugar adecuado para efectuar los trasiegos. Craso error, como podréis comprobar.

Trasegando las colmenas

Mi plan era efectuar los trasiegos cortando los panales de las colmenas comunes y  adaptándolos a los bastidores de las modernas. Naturalmente, no fui capaz de prever los riesgos que es capaz de provocar el pillaje en el colmenar. Aquí tendría ocasión de comprobarlo… Pasados unos días, comencé sin vacilaciones a despanzurrar las colmenas de corcho y, sobre una mesa improvisada, a recortar panales con cría y con miel, a la vez que los iba adaptando a los nuevos bastidores.

Aquello fue como dejarle abierta a la zorra la entrada al gallinero. Cuando iba ya por el tercer “trasplante”, el interior de la caseta se fue llenando de abejas, que me acosaban por todas partes. No sólo las de las colmenas trasplantadas, sino millares que, atraídas por el olor de la miel, habían invadido el interior, convirtiéndola en un auténtico avispero. Me veía impotente ante aquel acoso interminable. Así que no tuve más remedio que desistir de mis pretensiones al reconocer que no contaba con un local adecuado.

pillaje en las colmenas

Pillaje en un colmenar

Pero mi mayor frustración tuvo lugar al día siguiente, cuando acudí a comprobar el estado de las tres que con tanta dificultad había trasplantado. En el interior no había más que abejas muertas por todas partes como los cadáveres de una sangrienta batalla y montones de cera roída por las pilladoras. Comprendí mi error y, como se dice vulgarmente, me lo até bien al dedo.

Creo que éste fue el segundo traspiés de apicultor novato, que me obligó a  cambiar de planes. Los sucesivos trasiegos los fui haciendo por superposición de las comunes sobre las modernas, la salida forzada del enjambre o aguardando a la época de enjambrazón. En realidad, aunque más lentos, estos sistemas me resultaron más seguros y cómodos.

Pero no terminó aquí la cosa. Para colmo de desgracias, me encontré con otra difícil papeleta…

José Núñez López, abril 2.014

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